Sociedad de Literatura Lunar se complace en presentar:

Sociedad de Literatura Lunar se complace en presentar: Los desposeídos, de Ursula K. Le Guin

lunes, 6 de febrero de 2012

Metáfora de una herejía.

Heme aquí, apostado tras el bisel de un libro que no me ha impresionado, pero del que no se puede quitar ni una coma. Este comentario, en principio contradictorio, viene a que andaba rondándome por la cabeza una pequeño relleno que le encontré entre el casamiento del hereje y su ingreso en la secta, ahí por donde el padre Cazalla le estimula con su verbo progre a instancias del Luteranismo. Pues bien, ahí estaba yo, dándole vueltas a un perdigón enjaulado cuando comprendí, que un ilustradísimo Delibes en las artes de la caza bien podía haber divagado sobre algo que le atraía… ¿O no? Juzgar vosotros si esto es a no una curiosa metáfora sobre los acontecimientos que devienen.

El recién nacido, de Caravagio.
Cito:
  [[La luz ensanchaba y el perdigón llenaba el campo con su cántico ardiente y persuasivo. De la parte del campo sonó una respuesta remota:
-            ¿Oye? El campo ya contesta.
-            Y ¿acude a liberar a la prisionera?
Cazalla sonrió, con la sonrisa indulgente del experto ante el novicio.
-            No se trata de eso –dijo—.
Los pájaros están en celo y el macho acude a la llamada del otro para disputarle la hembra. Entra a pelear. Y a veces viene solo y otras trae a la compañera para que sea testigo de su proeza.
El campo respondía cada vez con mayor ahínco y la perdiz enjaulada estiraba el cuello, difundía su coreché por el ancho mundo del páramo. Cazalla sacó cuidadosamente por la tronera la boca de su retaco y advirtió a Salcedo:
-            Guarde silencio.
El macho cambió de tono, sustituyó el áspero coreché del comienzo por una parla inextricable, farfulladora, confidencial.
-            Ojo, ya recibe –dijo Cazalla.
Salcedo se empinó en su asiento hasta divisar al perdigón enjaulado. Daba vueltas sobre sí mismo picoteando los alambres sin dejar de parlotear, mientras otra perdiz al pie del tanganillo, cuchichiaba en tono menor. Cazalla susurró de pronto, afianzando en el hombro la culata de su retaco:
-          Ya está ahí ese insensato. ¿Lo ve vuesa merced?
Salcedo asintió. La perdiz libre erguía el cuello y miraba a la de la jaula con ojeriza. El cura añadió:
-          Detrás viene la hembra.
Salcedo se asomó a la mirilla y, en efecto, una perdiz de menor tamaño seguía a la primera. Cazalla aplastó la mejilla contra el tubo y tomó puntería sobre la más grande. Estaba a veinte varas, junto al pulpitillo, y abría un poco las alas en actitud retadora. Cazalla oprimió la parte baja del serpentín y, nerviosamente, siguió por el punto de mira los pasos del macho hasta que la explosión le aturdió. Cuando el humo se disipó, Salcedo vio la perdiz aleteando impotente en el aire y la hembra se alejaba pausadamente del lugar de la tragedia. Cazalla puso la culata de su retaco en el suelo. Sonreía:
-          Todo funcionó a la perfección, ¿no cree?
Salcedo fruncía los labios disgustado. No aprobaba la emboscada, aquella espera alevosa, la intromisión de su amigo en la vida sentimental de los pájaros. Pero Cazalla, insensible, atascaba de nuevo la pólvora en el tubo con la baqueta.
-          ¿No le ha gustado? –dijo--. Es un método de caza limpio, casi científico.
Salcedo denegó con la cabeza:
-          Me parecen deshonestos los juegos con el amor. ¿Por qué disparó vuesa merced?
Cazalla encogió los hombros. Por la tronera se divisaba el perdigón enjaulado, ahuecando las plumas, pavoneándose de su hazaña:
-          No tengo otra salida –dijo--. Si no disparase, el perdigón se malearía y no volvería a cantar. La muerte es necesaria para que el prisionero siga incitando al campo. ]]
Miguel Delibes

Ay de los predicadores que entienden que su fe no es única…

Un libro ameno sobre el S. XVI; un poco lento al principio, pero bien resuelto.

http://es.wikipedia.org/wiki/El_hereje

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